DLa diligencia, según el diccionario, se define como un esfuerzo constante y sincero para lograr lo que se ha emprendido; una persistente aplicación del cuerpo y la mente. Solo hay una persona cuya diligencia nunca flaqueó: Jesucristo, el Hijo del Dios Viviente. Su vida es una imagen viva de diligencia inquebrantable hasta el día de hoy. La Biblia relata muchas ocasiones en las que Él ejerció diligencia para cumplir con su misión divina en la tierra.
Cuando Jesús tenía doce años, fue con sus padres, María y José, a Jerusalén para la fiesta de la Pascua. Cuando sus padres regresaron a Nazaret, Jesús se quedó atrás y ellos, preocupados, volvieron a buscarlo. Cuando lo encontraron, su madre le preguntó: “Hijo, ¿por qué nos has hecho esto? He aquí, tu padre y yo te hemos buscado con angustia.” Y Él respondió a su madre diciendo: “¿Por qué me buscabais? ¿No sabíais que en los negocios de mi Padre me es necesario estar?” (Lucas 2:48-49). En estos versículos, aprendemos que, desde muy joven, Jesús ya estaba valientemente en la obra del Señor—enseñando las palabras de Su Padre a quienes quisieran escucharlo.
Cada evento durante su ministerio terrenal fue llevado a cabo con toda la diligencia debida. Iba por los caminos predicando el evangelio, orando y ayunando, caminando con sus discípulos y realizando milagros como sanar a los enfermos, resucitar a los muertos, alimentar a cinco mil personas, limpiar el templo y curar a los leprosos, perdonar a los pecadores y muchos más. Su esfuerzo constante y valiente trajo muchas bendiciones a quienes lo escucharon y creyeron en Él. Su misión divina en la tierra se cumplió porque fue diligente en todos los asuntos de su Padre.
Con Jesucristo como nuestro ejemplo perfecto de diligencia, también se nos exhorta a ser diligentes en nuestra vida diaria, como se indica en los siguientes pasajes de las Escrituras:
- “Oídme atentamente.” Isaías 55:2
- “Enseñad la palabra de Dios con toda diligencia.” Jacob 1:19
- “Trabajemos diligentemente.” Moroni 9:6
- “Esforzaos ansiosamente en una buena causa.” D. y C. 58:27
- “Ni seáis ociosos, sino trabajad con todo vuestro poder.” D. y C. 75:3
- “Prestad diligente atención a las palabras de vida eterna.” D. y C. 84:43
- “Que cada hombre aprenda su deber, y obre con toda diligencia.” D. y C. 107:99
Cuando somos diligentes en estas cosas y en todas las que conciernen a nuestro progreso eterno en armonía con los mandamientos del Señor, se nos promete en Hebreos 11:6 que “Dios recompensa a los que le buscan diligentemente” y a quienes guardan sus mandamientos con diligencia. La diligencia es uno de los atributos de Jesucristo que contribuyó a la realización del propósito mismo de su venida a la tierra—la Expiación, que es el centro del Plan de Felicidad. Nuestra diligencia en las labores diarias quizás no dé lugar a un acontecimiento tan grandioso y divino como la Expiación del Salvador, sin embargo, es seguro que nuestra diligencia generará pequeñas gotas de bendiciones que, con el tiempo, se convertirán en ondas eternas que alcanzarán los cielos. Y cuando llegue el día en que nuestro Padre Celestial llame al mundo porque se ha cumplido el propósito de la mortalidad, veremos todas esas ondas eternas como guías que nos llevaron de regreso a la presencia de nuestro Padre Celestial.
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