La caridad se define como el amor puro de Cristo. Es la forma más elevada, noble y poderosa de amor que Jesucristo tiene por nosotros y que nos ha mandado tener. La expresión suprema de su amor fue el acto mismo de la Expiación, cuando pagó el precio por nuestros pecados, y dijo: “Nadie tiene mayor amor que este, que uno ponga su vida por sus amigos” (Juan 15:13). Ese mismo amor es el que Él desea que tengamos entre nosotros, cuando mandó: “Un mandamiento nuevo os doy: Que os améis unos a otros; como yo os he amado, que también os améis unos a otros” (Juan 13:34).
Él quiere que veamos a las personas más allá de lo que nuestros ojos naturales pueden ver, que demos desinteresadamente, que nos perdonemos unos a otros, que nos regocijemos con los demás en sus éxitos y les socorramos en sus momentos de angustia, y que seamos considerados, misericordiosos, pacientes y compasivos. En Lucas 23:34, expresó su amor perdonador cuando, colgado en la cruz del Calvario, dijo: “Padre, perdónalos, porque no saben lo que hacen” (Lucas 23:34). Así como Jesús perdonó a quienes cruelmente lo crucificaron, se nos manda perdonarnos unos a otros. Podemos lograr esto mediante el amor puro de Cristo, con el cual Él puede bendecirnos si tan solo lo buscamos.
En la Primera Epístola del apóstol Pablo a los Corintios, capítulo 13, él describe la caridad como un atributo que sobrepasa a todos los demás:
4 La caridad es sufrida, es benigna; la caridad no tiene envidia, la caridad no es jactanciosa, no se envanece;
5 no hace nada indebido, no busca lo suyo, no se irrita, no guarda rencor;
6 no se goza de la injusticia, mas se goza de la verdad.
7 Todo lo sufre, todo lo cree, todo lo espera, todo lo soporta.
El apóstol Pablo también explicó que si no tenemos caridad, no somos nada. Este amor desinteresado y eterno solo se puede obtener a través de Cristo, quien es el maestro de la caridad. Se logra al reconocer su amor en nuestras vidas, al buscar que ese amor llene nuestro corazón y al compartir este don divino siendo caritativos con nuestro prójimo. Reconocer, buscar y compartir este amor es una búsqueda eterna, porque la caridad es un acto de amor. Debe sentirse, buscarse, ejercerse y compartirse con un corazón humilde y agradecido.
En el capítulo 7 de Moroni, en el Libro de Mormón, el profeta Mormón enseñó: “La caridad es el amor puro de Cristo, y permanece para siempre; y a quien se halle lleno de ella en el día postrero, bien le irá.” Aconsejó que oremos “al Padre con toda la energía de nuestro corazón, para que [seamos] llenos de este amor, que él ha otorgado a todos los que son verdaderos seguidores de su Hijo Jesucristo; para que [lleguemos] a ser hijos de Dios; para que cuando él aparezca, [seamos] semejantes a él, porque [lo veremos] tal como es; para que [tengamos] esta esperanza; para que [seamos] purificados así como él es puro.” Se nos aconseja que tener este atributo nos acercará más a nuestro Padre Celestial y a Jesucristo. Poseer este atributo nos ayuda a vivir de acuerdo al ejemplo perfecto que Jesús estableció cuando vivió en la tierra. Ejercer este atributo nos orienta hacia la vida eterna.
Así como Jesús nunca falla, tampoco la caridad. Cuando ejercemos la caridad en nuestras vidas, somos más amables, más alegres, más desinteresados y más perdonadores. La caridad abarca todo tipo de amor que podemos brindar a nuestro prójimo, incluso a nuestros enemigos y a quienes nos han hecho daño. Es el amor supremo que nunca deja de dar luz a nuestra alma cuando nuestro día se vuelve oscuro y gris. Es el amor que nos sostiene frente a las pruebas de la vida mortal. Se convierte en un manantial de esperanza para nuestro justo deseo de hacer el bien a los demás. Es un acto de amor que nunca ha fallado, ni jamás fallará.
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