En un mundo cada vez más competitivo y cambiante, la preparación personal se ha vuelto una necesidad apremiante. Para los jóvenes y adultos por igual, obtener una educación integral —tanto secular como espiritual— no solo abre puertas de oportunidad, sino que fortalece el carácter, la fe y el propósito eterno.
La Educación Secular: Herramienta de Progreso Temporal
Los profetas modernos han alentado a los Santos de los Últimos Días a esforzarse por recibir toda la educación posible. El presidente Russell M. Nelson ha enseñado que “la educación es un deber religioso”. A través del aprendizaje académico y profesional, adquirimos conocimientos prácticos que nos capacitan para contribuir significativamente a la sociedad, sostener a nuestras familias y desarrollar los talentos que Dios nos ha dado.
Aunque los desafíos económicos pueden dificultar el acceso a una educación formal, existen oportunidades como becas, clases vocacionales gratuitas o recursos en línea que pueden y deben aprovecharse. El esfuerzo por aprender es siempre valioso.
La Educación Espiritual: Preparación para la Eternidad
En las Escrituras encontramos esta enseñanza: “Pero el ser instruido es bueno si hacen caso a los consejos de Dios” (2 Nefi 9:29). Esta declaración deja en claro que el conocimiento secular, por más valioso que sea, no basta por sí solo. La verdadera sabiduría también incluye conocer a Dios, comprender Su voluntad y seguir a Su Hijo Jesucristo.
El presidente Gordon B. Hinckley enseñó que es indispensable una educación del “corazón, de la conciencia, del carácter y del espíritu”, ya que estos aspectos determinan profundamente quiénes somos y cómo nos relacionamos con los demás.
Programas como Seminario e Instituto de Religión brindan a los jóvenes y adultos oportunidades sistemáticas de profundizar en el estudio del Evangelio restaurado. Estas experiencias fomentan una relación más cercana con nuestro Padre Celestial y con Jesucristo, fortalecen la fe y preparan espiritualmente a los estudiantes para enfrentar los desafíos de la vida diaria.
Para Estudiantes: Fortalecidos por el Espíritu
Muchos estudiantes han testificado del impacto positivo que tiene el asistir a Instituto o Seminario en su desempeño académico. Participar en estas clases, especialmente en las primeras horas del día, puede brindar claridad mental, paz interior y dirección espiritual. Como se enseña en Doctrina y Convenios 50:22: “Tanto el que predica como el que recibe se entienden el uno al otro, y ambos son edificados y se regocijan juntamente.”
Este tipo de educación no solo inspira, sino que también fortalece la capacidad de aprender, perseverar y superar dificultades en la vida académica y personal.
Para Profesionales y Padres: Luz Diaria en el Camino
La educación espiritual no termina al dejar la escuela. Al continuar nuestra formación espiritual mediante el estudio personal, el servicio en la Iglesia y la asistencia a Instituto para adultos, podemos afrontar nuestras responsabilidades laborales y familiares con un corazón lleno de esperanza y un deseo constante de hacer lo correcto.
Tal como enseña Doctrina y Convenios 50:24: “Lo que es de Dios es luz; y el que recibe luz y permanece en Dios, recibe más luz; y esa luz se hace más y más brillante hasta el día perfecto.”
La educación espiritual es una fuente de revelación, fortaleza moral y discernimiento. Nos ayuda a resistir las tentaciones del mundo y a vivir con propósito eterno. Además, nos prepara para ser luz y ejemplo para otros en nuestros hogares, comunidades y entornos laborales.
Conclusión: Formar Mentes y Corazones con Propósito Eterno
El mundo necesita personas capaces, preparadas e inteligentes. Pero, más aún, necesita hombres y mujeres de fe, con corazones puros, integridad inquebrantable y una relación personal con el Salvador.
Combinar la educación secular con la educación espiritual nos prepara no solo para triunfar en esta vida, sino también para heredar la vida eterna. Como Santos de los Últimos Días, debemos procurar siempre elevar nuestra mente y nuestro espíritu, buscando la luz y negándonos a toda impiedad.
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