Juzgar a los demás es una de las cosas más fáciles de hacer. Casi todos los días, sin darnos cuenta, emitimos un juicio negativo acerca de alguien. Sin embargo, en el reino del Señor hay quienes han sido apartados como jueces en Israel—como nuestros obispos—llamados por el Padre Celestial para juzgar con rectitud y ayudar a Sus hijos en la mortalidad. El problema surge cuando decidimos tomar ese papel sobre nosotros y juzgar a otros de manera injusta.
A simple vista, juzgar puede parecer inofensivo. Tal vez lo mantenemos en silencio, o lo compartimos en un grupo pequeño de amigos. Si nadie más lo sabe, ¿qué daño puede haber? La realidad es que podemos perder mucho.
Perdemos la oportunidad de conocer y aprender de los demás
Cada persona tiene experiencias únicas de las que podemos aprender. Cuando decidimos juzgar, dejamos de acercarnos, de conocer mejor y de descubrir lo que esa persona puede enseñarnos. Al evitar a alguien por nuestras suposiciones, nos cerramos a la posibilidad de que esa persona comparta intereses con nosotros o incluso llegue a ser un buen amigo. Tal como dice el himno: “Quienes juzgamos con dureza suelen ser nuestros mejores amigos.”
Perdemos oportunidades de servir
El servicio sincero fortalece las relaciones. Quienes mejor sirven son aquellos que conocen de verdad las necesidades de los demás. Si dejamos que el juicio nos impida acercarnos, pasamos por alto ocasiones de extender amor y ayuda. ¡Qué triste sería perder la oportunidad de bendecir a alguien solo porque lo juzgamos!
Perdemos de vista el potencial divino de las personas
El élder Dale G. Renlund nos invita a ver a los demás como nuestro Padre Celestial los ve: no solo como lo que son hoy, sino como lo que pueden llegar a ser. Cuando miramos con ojos de juicio, nublamos esa visión y dejamos de reconocer su valor y su destino eterno.
Una mejor elección
El presidente Dieter F. Uchtdorf enseñó:
“Debemos dejar de juzgar a los demás y reemplazar pensamientos y sentimientos de juicio con un corazón lleno de amor hacia Dios y Sus hijos. […] Parte del propósito de la mortalidad es aprender a dejar ir esas cosas. Esa es la manera del Señor.”
Conclusión
Todos tenemos defectos. Todos hacemos cosas que pueden decepcionar o irritar a otros. Pero seguir al Salvador significa aprender a dejar atrás las ofensas y a ver lo mejor en quienes nos rodean.
Que siempre recordemos que somos hijos de un mismo Padre. Que no caigamos en el lado de la pérdida, sino que escojamos amar y servir en lugar de juzgar.
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