En muchas etapas de la vida, especialmente en el matrimonio, puede surgir una pregunta sincera: ¿Me casé con la persona correcta? Esta duda no es extraña ni indica necesariamente una crisis; más bien, refleja el deseo de fortalecer una de las decisiones más importantes de la vida.
Desde pequeños, muchos crecen con la idea de los cuentos de hadas y los finales felices. Es común soñar con encontrar a “la persona ideal” y vivir un amor sin dificultades. Sin embargo, con el tiempo y la madurez espiritual, se comprende una verdad más profunda: no se trata de encontrar a la persona perfecta, sino de elegir amar, crecer y avanzar con quien se ha hecho convenios eternos.
El presidente Gordon B. Hinckley enseñó:
“Sé digno del compañero que elijas. Respétalo. Anímalo. Ámalo con todo tu corazón. Esta será la decisión más importante de tu vida: la persona con la que te cases.”
La clave para saber si uno se ha casado con la persona correcta no se encuentra en la ausencia de problemas, sino en la disposición mutua de caminar juntos, aceptar las debilidades del otro y esforzarse por mejorar día a día. El matrimonio no es un destino final, sino una jornada compartida, llena de pruebas, bendiciones y oportunidades de crecimiento.
Es natural que surjan desafíos que pongan a prueba el compromiso y el amor. Pero dentro del plan divino, el matrimonio no está diseñado para ser perfecto desde el inicio. Está diseñado para santificar, para enseñar a perdonar, a sacrificarse, a comunicarse con amor y a apoyarse mutuamente.
La guía del evangelio restaurado ofrece esperanza y dirección. Recordar los convenios hechos en el templo fortalece el compromiso. Muchos matrimonios fieles han testificado que, al enfrentar dificultades, regresar mental y espiritualmente a ese día sagrado —el día del sellamiento— renueva la fe y la determinación.
Aceptar al cónyuge, con virtudes y debilidades, y elegir amarlo cada día es una señal de que se ha hecho la elección correcta. La perfección no es requisito para un matrimonio exitoso, pero el deseo sincero de ayudarse mutuamente a llegar a ser lo que el Señor espera, sí lo es.
Así que, si ambos se esfuerzan por ver lo bueno en el otro, si oran juntos, se apoyan y recuerdan constantemente por qué se eligieron, entonces sí: se casaron con la persona correcta.
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