La obediencia es la primera ley del cielo, y Jesucristo demostró y ejerció perfectamente este atributo durante su vida en la tierra. Jesucristo fue, es y siempre será el más obediente de todos. Someterse a la voluntad del Padre Celestial para cumplir una misión tan intensa como morir en la cruz y sangrar hasta casi morir, representa las pruebas de obediencia más extremas que la humanidad haya conocido. Esto se evidencia cuando dijo a Su Padre: “Padre mío, si es posible, pase de mí esta copa; pero no sea como yo quiero, sino como tú” (Mateo 26:39). Jesucristo obedeció al Padre voluntariamente, por el inmenso amor que tenía hacia Él y hacia nosotros. Expresó que su vida estaba dedicada a obedecer a Su Padre Celestial y dijo: “Porque he descendido del cielo, no para hacer mi voluntad, sino la voluntad del que me envió” (Juan 6:38).
Jesucristo aprendió obediencia progresivamente a través de sus experiencias personales. No estuvo exento de tentaciones ni sufrimientos. El capítulo 4 de Mateo relata cuando Jesús ayunó durante cuarenta días y cuarenta noches en el desierto, donde fue tentado tres veces por Satanás, y sin embargo no cedió a ninguna de sus tentaciones. Su sufrimiento en el jardín de Getsemaní y en la cruz del Gólgota fue su elección al decidir obedecer hasta el fin para completar la Expiación.
En Juan 14:15, el Salvador dijo: “Si me amáis, guardad mis mandamientos”. Los mandamientos del Señor son sus amorosas instrucciones para nosotros y una de las múltiples expresiones de Su amor. Nuestra disposición a obedecer Sus mandamientos es una expresión de nuestro amor hacia Él. Declaró en Juan 15:10: “Si guardáis mis mandamientos, permaneceréis en mi amor; así como yo he guardado los mandamientos de mi Padre y permanezco en su amor”. Si lo amamos, no veremos sus mandamientos como restricciones que limitan nuestro crecimiento personal, sino como bendiciones y cuidados personales. Algunas personas consideran los mandamientos como limitaciones a nuestra libertad, pero solo a través de la obediencia a Su palabra podemos ser verdaderamente libres, como está escrito en Juan 8:31-32: “Si vosotros permaneciereis en mi palabra, seréis verdaderamente mis discípulos; y conoceréis la verdad, y la verdad os hará libres”.
En el libro de Mateo, Jesús habló a la multitud diciendo: “Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, y con toda tu alma, y con toda tu mente. Este es el primero y grande mandamiento”. ¿Cómo, entonces, podemos demostrar nuestro amor al Señor? Jesús respondió esta pregunta en Juan 14:21: “El que tiene mis mandamientos, y los guarda, ese es el que me ama; y el que me ama, será amado por mi Padre”.
Es solo a través de la obediencia que las bendiciones del cielo fluyen en nuestras vidas. Está escrito en Doctrina y Convenios que “hay una ley irrevocablemente decretada en el cielo antes de la fundación de este mundo, sobre la cual se basan todas las bendiciones—y cuando obtenemos alguna bendición de Dios, es por la obediencia a esa ley sobre la cual se basa” (DyC 130:20-21). Se nos aconseja hacer de la obediencia una parte de nuestra labor diaria y considerarla con la mayor estima; al hacerlo, agradaremos al Señor y un día seremos hallados a Su diestra mientras declara: “Estos son mis hijos e hijas, en quienes me complazco”.
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